“No importa cuánto haga, siempre siento que podría haber hecho más”.
¿Te suena esta frase? Quizá no la digas en voz alta, pero vive en tu cabeza como un eco constante. Una especie de voz interna que nunca se conforma. Que siempre pide más. Que minimiza tus logros, que te empuja a seguir, incluso cuando ya no te queda energía.
Eso tiene un nombre: autoexigencia. Y aunque a veces se disfraza de motivación o compromiso, lo cierto es que puede convertirse en una trampa muy silenciosa, que agota, que desgasta… y que rara vez se cuestiona.
¿Qué es realmente la autoexigencia?
La autoexigencia no es simplemente querer hacer las cosas bien. Es esa necesidad interna de rendir siempre, de no fallar, de cumplir con todo y con todos. Aunque estés cansado/a. Aunque no te apetezca. Aunque te estés dejando a ti mismo/a al final de la lista.
Desde una mirada integradora, la autoexigencia no es solo una forma de pensar: es una manera de estar en el mundo. Afecta tu cuerpo, tus emociones, tu descanso, tus relaciones… y tu forma de valorarte.
¿Cómo se manifiesta la autoexigencia?
A veces, ni siquiera te das cuenta de que estás exigiéndote demasiado. Solo sabes que estás cansado/a, irritable, o que no puedes parar. Algunas señales comunes:
- Esa culpa silenciosa por no ser “productivo/a”.
- La sensación de que lo que haces “es lo mínimo” y que no puedes permitirte bajar el ritmo.
- Te cuesta disfrutar de lo que logras porque ya estás pensando en lo siguiente.
- Te hablas con dureza cuando te equivocas, aunque por fuera todo parezca estar bien.
- Tienes dificultades para decir “no”, delegar o poner límites.
Y por fuera, quizás pareces alguien que puede con todo. Pero por dentro, estás sosteniéndolo todo con muchísimo esfuerzo.
El coste invisible de exigirte siempre
Al principio, la autoexigencia puede parecer una aliada. Te lleva a rendir, a destacar, a tener resultados. Pero con el tiempo, empieza a cobrar factura:
- Estrés crónico, ansiedad o incluso burnout.
- Problemas de sueño, digestivos o tensión muscular constante.
- Dificultades para disfrutar de lo logrado: todo se siente “lo mínimo que debía hacer”.
- Relaciones que se resienten porque siempre estás en modo productivo o irritable.
- Desconexión de ti mismo/a: ya no sabes si haces las cosas porque quieres o porque “deberías”.
Porque cuando el valor personal depende del rendimiento, nunca es suficiente. Te puede llevar a vivir en modo “piloto automático”, cumpliendo con todo… pero sin espacio para sentir, disfrutar o simplemente estar.
¿Cómo empezar a soltar la autoexigencia?
Esto no se trata de volverte pasivo/a o dejar de tener objetivos. Se trata de construir una forma más amable y sostenible de vivir.
Aquí van algunas claves para empezar:
💭 Revisa tu diálogo interno. ¿Cómo te hablas cuando fallas? ¿Te darías ese mismo trato a alguien a quien quieres?
⏸️ Haz pausas reales. No solo para recuperar energía, sino para reconectar contigo. El descanso también es parte del rendimiento.
🎯 Cuestiona tus “tengo que”. ¿Realmente tienes que hacerlo todo tú? ¿De dónde vienen esas exigencias?
🧍♀️ Escucha a tu cuerpo. Muchas veces él sabe antes que tú cuándo necesitas parar.
💬 Pide ayuda. Delegar, compartir o simplemente hablar de lo que sientes ya es un acto de autocuidado.
Si esto te resuena, y sientes que estás atrapado/a en una exigencia constante que te aleja de ti, puedes escribirme.
No para que te diga qué hacer, sino para que podamos explorar juntos de dónde viene todo esto… y cómo empezar a vivir desde un lugar más compasivo.